1.4. METODOLOGÍAS DE INVESTIGACIÓN. ABY WARBURG. WALTER BENJAMIN




imagen de ATLAS

 


“Soy historiador de la imagen, no historiador  del arte”.Warburg, 1917




ATLAS. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?


A partir del Atlas Mnemosyne

La mitología griega cuenta que el titán llamado Atlas, junto a su hermano Prometeo, quiso enfrentarse a los Dioses del Olimpo para quitarles su poder y dárselo a los hombres. Cuenta que fue castigado en la misma medida de su fuerza: mientras un buitre le arrancaba el hígado a Prometeo en los confines del Este, Atlas, en el Oeste, (entre Andalucía y Marruecos) fue obligado a sostener con sus hombros el peso de la bóveda celeste entera. Cuenta también que llevar esta carga le hizo adquirir un conocimiento infranqueable, y una sabiduría desesperante. Fue precursor de astronautas y geógrafos, incluso algunos dicen que fue el primer filósofo. Dio su nombre a una montaña (el Atlas), a un océano (el Atlántico) y a una forma arquitectónica antropomórfica (el Atlante) que sirve como columna de soporte.
Atlas, finalmente, dio su nombre a una forma visual de conocimiento: al conjunto de mapas geográficos, reunidos en un volumen, generalmente, en un libro de imágenes, y cuyo destino es ofrecer a nuestros ojos, de manera sistemática o problemática – incluso poética a riesgo de errática, cuando no surrealista – toda una multiplicidad de cosas reunidas allí por afinidades electivas, como decía Goethe. El atlas de imágenes se convirtió en un género científico por derecho propio a partir del siglo XVIII (pensemos en el libro de láminas de la Enciclopedia) y se desarrolló considerablemente en los siglos XIX y XX. Encontramos atlas muy serios, muy útiles – generalmente muy bonitos – en el ámbito de las ciencias de la vida (por ejemplo los libros de Ernst Haeckel sobre las medusas y otros animales marinos); existen atlas más hipotéticos, por ejemplo en el ámbito de la arqueología; también tenemos atlas totalmente detestables en el campo de la antropología y la psicología (por ejemplo el Atlas del hombre criminal de Cesare Lombroso o algunos de los libros de fotografías «raciales» constituidos por pseudo-eruditos del siglo XIX).
En el ámbito de las artes visuales, el atlas de imágenes, Atlas Mnemosyne, compuesto por Aby Warburg entre 1924 y 1929, que quedó inacabado, constituye para todo historiador del arte –e incluso para todo artista hoy– una obra de referencia y un caso absolutamente fascinante. Aby Warburg transformó el modo de comprender las imágenes. Él es para la historia del arte el equivalente a lo que Freud, su contemporáneo, fue para la psicología: incorporó cuestiones radicalmente nuevas para la comprensión del arte, y en particular la de la memoria inconsciente. Mnemosyne fue su paradójica obra maestra y su testamento metodológico: reúne todos los objetos de su investigación en un dispositivo de “paneles móviles” constantemente montados, desmontados, remontados. Aparece también como una reacción de dos experiencias profesionales: la de la locura y la de la guerra. Se puede ver entonces como una historia documental del imaginario occidental (heredero en estos términos de los Disparates y los Caprichos de Goya) y como una herramienta para entender la violencia política en las imágenes de la historia (comparable en esto a un compendio de los Desastres).


En la mesa de montaje

Atlas — ¿Cómo llevar el mundo a cuestas? es una exposición inter-disciplinaria que recorre el siglo XX y nuestro reciente siglo XXI, eligiendo el atlas de imágenes Mnemosyne como punto de partida. A pesar de todas las diferencias de método y contenido que pueden separar la investigación de un filósofo-historiador y la producción de un artista visual, quedamos impactados por su común método heurístico —o método experimental— cuando se basa en un montaje de imágenes heterogéneas. Descubrimos entonces que Warburg comparte con los artistas de su tiempo una misma pasión por la afinidad visual operatoria, lo que le convierte en contemporáneo de artistas plásticos de vanguardia (Kurt Schwitters o László Moholy-Nagy), fotógrafos de “estilo documental” (August Sander o Karl Blossfeldt), cineastas de vanguardia (Dziga Vertov o Sergei Eisenstein), de escritores que ensayaban el montaje literario (Walter Benjamin o Benjamin Fondane), e incluso de los poetas y artistas surrealistas (Georges Bataille o Man Ray).
La exposición Atlas no ha sido concebida para reunir maravillosas pinturas, sino para ayudar a comprender cómo trabajan algunos artistas –en relación con eventuales obras maestras– y cómo este trabajo puede considerarse desde el punto de vista de un método auténtico e, incluso, desde un conocimiento transversal, no estandarizado, de nuestro mundo. En esta exposición no se ven las bellas acuarelas de Paul Klee, sino su modesto herbario y las ideas gráficas o teóricas que brotaron de él; no se ven los modernos “cuadrados” de Joseph Albers, sino su álbum de fotografías realizado alrededor de la arquitectura precolombina; tampoco las inmensas pinturas de Rauschenberg, sino una serie de fotografías reuniendo objetos tan modestos como heteróclitos; no se ven las magníficas pinturas de Gerhard Richter, sino una sección de montajes realizados para su Atlas de larga duración; no se ven los cubos minimalistas de Sol LeWitt, sino sus montajes fotográficos en las paredes de Nueva York. Antes que las pinturas (como resultado del trabajo) hemos preferido, esta vez, las mesas (como espacios operativos, superficies de juego o realización del trabajo mismo). Y al caminar por la exposición descubrimos que los supuestos “modernos” no son menos subversivos que los “posmodernos”, y que éstos no son menos metódicos y preocupados por la forma que los “modernos”. Constituye una nueva forma de contar la historia de las artes visuales alejada de los esquemas históricos y estilísticos de la crítica académica del arte.


Reconfigurar el orden de las cosas

Cuando colocamos diferentes imágenes —o diferentes objetos, como las cartas de una baraja, por ejemplo— en una mesa, tenemos una constante libertad para modificar su configuración. Podemos hacer montones, constelaciones. Podemos descubrir nuevas analogías, nuevos trayectos de pensamiento. Al modificar el orden, hacemos que las imágenes tomen una posición. Una mesa no se usa ni para establecer una clasificación definitiva, ni un inventario exhaustivo, ni para catalogar de una vez por todas —como en un diccionario, un archivo o una enciclopedia—, sino para recoger segmentos, trozos de la parcelación del mundo, respetar su multiplicidad, su heterogeneidad. Y para otorgar legibilidad a las relaciones puestas en evidencia.
Esta es la razón por la que Atlas nos muestra el juego al que se entregan numerosos artistas, esa “historia natural infinita” (según la expresión de Paul Klee) o ese “atlas de lo imposible” (según la expresión de Michel Foucault respecto a la erudición desconcertante de Jorge Luis Borges). Se descubre, entonces, el sentido en el que los artistas contemporáneos son “sabios” o precursores de un género especial: recogen trozos dispersos del mundo como lo haría un niño o un trapero, Walter Benjamin comparaba estas dos figuras con el auténtico sabio materialista. Hacen que se encuentren cosas fuera de las clasificaciones habituales, sacan de estas afinidades un género de conocimiento nuevo, que nos abre los ojos sobre aspectos del mundo inadvertidos, sobre el inconsciente mismo de nuestra visión.


Reconfigurar el orden de lugares

Hacer un atlas es reconfigurar el espacio, redistribuirlo, desorientarlo en suma: dislocarlo allí donde pensábamos que era continuo, reunirlo allí donde suponíamos que había fronteras. Arthur Rimbaud recortó un día un atlas geográfico para consignar su iconografía personal con los trozos obtenidos. Más tarde, Marcel Broodthaers, On Kawara o Guy Debord inventaron muchas formas de geografías alternativas. Aby Warburg, por su parte, ya había entendido que cualquier imagen —cualquier producción de la cultura en general— es un cruce de múltiples migraciones: es en Bagdad, por ejemplo, donde buscaría los significados inadvertidos de algunos frescos del Renacimiento italiano.
Son numerosos los artistas contemporáneos que no se conforman solo con un paisaje para contarnos la historia de un país: es la razón por la que hacen que coexistan, en una misma superficie — o lámina de atlas — diferentes formas para representar el espacio. Es una forma de ver el mundo y de recorrerlo según puntos de vista heterogéneos asociados unos a otros, como podemos observar en las obras de Alighiero e Boetti, de Dennis Oppenheim o, más generalmente, en la manera en la que ha sido enfocada la metrópolis urbana, desde El hombre con la cámara de Dziga Vertov hasta las instalaciones recientes de Harun Farocki.


Reconfigurar el orden del tiempo

Si el atlas aparece como un trabajo incesante de recomposición del mundo, es en primer lugar porque el mundo mismo sufre constantemente descomposiciones, una detrás de otra. Bertolt Brecht decía de la “dislocación del mundo” que ella es “el verdadero sujeto del arte” (basta con pensar en el Guernica para poder entenderlo). Aby Warburg, por su parte, veía la historia cultural como un verdadero campo de conflictos, una “psicomaquia”, una “titanomaquia”, una “tragedia” perpetua. Se podría decir que muchos artistas han adaptado este punto de vista reaccionando a las tragedias históricas de su tiempo con un trabajo en el que, una vez más, el montaje ocupa el papel central: los fotomontajes de John Heartfield en los años treinta, y más recientemente las Historia(s) del cine de Jean- Luc Godard y el trabajo de artistas como Walid Raad o Pascal Convert.
Es, pues, el tiempo mismo el que se vuelve visible en el montaje de imágenes. Corresponde a cada cual —artista o sabio, pensador o poeta— convertir tal visibilidad en la potencia de ver los tiempos: un recurso para observar la historia, para poder manejar la arqueología y la crítica política, “desmontándola” para imaginar modelos alternativos.








Aby Warburg (1866-1929)


Nació el 13 de junio de 1866, en el seno de una familia de banqueros judíos alemanes de Hamburgo (Alemania).
Por ser el hijo primogénito de Max Warburg, le correspondía a Aby hacerse cargo de la fortuna familiar, pero éste declinó en su hermano Max esa responsabilidad, asegurándose una disponibilidad económica para sus estudios e investigaciones. Estudió filosofía, historia y religión en universidades alemanas, francesas e italianas.

Aunque trató, en general, el problema de la transmisión de la iconografía antigua a la cultura europea moderna, "la vuelta a la vida de lo antiguo", como él mismo decía, se dedicó principalmente al estudio del Renacimiento italiano, y a la comprobación de la tesis de que un paganismo de carácter dionisíaco había revivido durante este período de la historia del arte. Asimismo, se interesó por las relaciones entre el pensamiento mágico y el pensamiento racional, tras realizar estudios de antropología (Edward Burnett Tylor fue su punto de partida); en 1896 viajó a Estados Unidos, en donde permaneció durante seis meses entre los indios Pueblo y Navajo. En 1909 comenzó a organizar la Biblioteca Warburg (futuro Instituto Warburg), con la intención de que funcionara tanto como depósito de su colección privada como para la educación pública, pero la Primera Guerra Mundial y su internamiento psiquiátrico en la clínica neurológica de Ludwig Binswanger (Kreuzlingen, Suiza) entre 1918 y 1923, retrasaron su apertura hasta 1926.

Sus obras completas se recogen en varios tomos, pero su más ambicioso proyecto, denominado Atlas Mnemosyne, lo constituye una colección de imágenes con nada o, en su defecto, muy poco texto, mediante la cual pretendía narrar la historia de la memoria de la civilización europea. Su pensamiento estuvo ampliamente influenciado por Friedrich Nietzsche, y a su vez, Warburg influyó en la obra de Erwin Panofsky, Ernst Gombrich, Frances Yates, Gertrud Bing y Edgar Wind entre muchos otros. Pero asimismo Walter Benjamin, Ernst Robert Curtius y Ernst Cassirer se interesaron por su trabajo recopilador e intelectual.

Tras su muerte, acaecida en Hamburgo el 26 de octubre de 1929, a causa de un infarto, y ante el ascenso al poder del nazismo, Fritz Saxl (joven historiador de arte que había llevado a efecto la organización del Instituto desde 1913), logró, con el apoyo del gobierno británico, trasladar los 60.000 volúmenes que en aquel entonces conformaban la biblioteca de Warburg hasta su actual sede en la Woburn Square de Londres.

Desde mediados de los años ochenta, su pensamiento se va revalorizando. En 1993, el gobierno de la ciudad de Hamburgo fundó en su honor un segundo Instituto Warburg, y ya en el siglo XXI ha destacado la original recuperación del historiador del arte Georges Didi-Huberman, quien ha dado con nuevas claves sobre la idea de supervivencia ('Nachleben') en Warburg: L'image supervivante, 2002. En 2010 se inaugura una exposición, en Madrid, sobre su Atlas.


Instituto Warburg


La biblioteca que escapó del fuego

El País, 29/01/2011 (link)


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“La dificultad intrínseca de trabajar con Warburg  es que en él nada es seguro, hasta el punto de  que no consiguió comentar su Atlas ni escribir un  solo libro, no logró dar una idea clara y pública de  su teoría”. G Didi-Huberman
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La forma de cómo Warburg la concebía, una biblioteca era, sobre todo, una acumulación de asociaciones, cada una de las cuales daba origen, a su vez, a algún otro texto o imagen asociados, hasta que estas asociaciones hacían volver al lector a la página que estaba leyendo. Para Warburg, toda biblioteca era circular.

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Atlas 


En la mitología griega, Atlas o Atlante  era un joven titán al que Zeus condenó a cargar sobre sus hombros con los pilares que mantenían la Tierra separada de los cielos. Recibió la sabiduría absoluta. Esta cualidad del titán fué la inspiradora para poner su nombre a los libros que consistían en conjunto de mapas geográficos o libro de imágenes.

Atlas Mnemosyne Aby Warburg 1924-1929

Mnemósine era la hija de Urano y Gea. madre de las 9 musas del arte (Calíope,Clío, Erato, Euterpe, Melpómene, Polimnia, Talía, Terpsícore, Urania).

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El Atlas aparece como una reacción de dos experiencias personales:  la locura y la guerra.
Se puede estudiar/ver como una historia documental del imaginario occidental y como una herramienta para entender la violencia política en las imágenes de la historia.

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  “El renacimiento de los demonios de la Antigüedad se conecta, pues, con la polaridad de la imagen. Psicológicamente, asistimos a un proceso en el cual la memoria y la empatía crean la identificación irreflexiva de cualquier imagen recordada con la causa de un
fenómeno imprevisto.”

  “Estas figuras y palabras tienen como propósito ayudar a quienes, después de mí, intenten alcanzar la claridad y superar así la tensión trágica entre la magia instintiva y la lógica discursiva. Son las confesiones de un esquizoide (incurable), depositadas en los archivos de quienes velan por la salud mental”



Warburg


En sus escritos no sólo analizó las obras de arte canonizadas, sino, sellos, escenografías efímeras y otros tipos de documentos visuales con distribución masiva.

La cultura no se configura únicamente en el elevado nivel de la obra de arte, sino despliega su potencial-crítico o afirmativo-también en un sinnúmero de otras construcciones visuales.
Investigación transcultural sobre la imagen y su función como expresión de la memoria social con sus herramientas y capacitaciones visuales, una comunidad busca "digerir" y expresar visualmente sus arcaicas experiencias.

Warburg rastrea la memoria cultural de la imagen hasta sus estratos espirituales y explica las funciones religiosas de los imaginarios. Probablemente, el interés por la relación de los cultos religiosos y la producción artística, sus efectos, sus tabúes, surgió de su discrepancia con la práctica religiosa de la familia Warburg, el judaísmo, una religión con prohibiciones icónicas.


Warburg quería comprender cómo la energía mental de una cultura o una creencia generan imaginarios afectivos. "la lucha con el monstruo es el germen de la construcción lógica"la lucha con el potencial ilógico, descontrolable de la imagen, le afectó profundamente.
Según Gombrich, se hipersensibilizó ante el lenguaje de los símbolos visuales. En sus imaginarios archivados vio fantasmas, visiones demoniacas del tesoro visual acumulado.


Warburg comparte con los artistas de su tiempo una misma pasión por la afinidad visual operatoria, lo que le convierte en contemporáneo de artistas plásticos de vanguardia (Kurt Schwitters o László Moholy-Nagy,Dziga Vertov,Sergei Eisenstein), de escritores que ensayaban el montaje literario (Walter Benjamin), e incluso de los poetas y artistas (Georges Bataille o Man Ray)


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En esta exposición no se ven las bellas acuarelas de Paul Klee, sino su modesto herbario y las ideas gráficas o teóricas que brotaron de él; no se ven los modernos “cuadrados” de Joseph Albers, sino su álbum de fotografías realizado alrededor de la arquitectura precolombina; tampoco las inmensas pinturas de Rauschenberg, sino una serie de fotografías reuniendo objetos tan modestos como heteróclitos; no se ven las magníficas pinturas de Gerhard Richter, sino una sección de montajes realizados para su Atlas de larga duración; no se ven los cubos minimalistas de Sol LeWitt, sino sus montajes fotográficos en las paredes de Nueva York.

Antes que las pinturas (como resultado del trabajo) hemos preferido, esta vez, las mesas (como espacios operativos, superficies de juego o realización del trabajo mismo). Al caminar por la exposición descubrimos que los supuestos “modernos” no son menos subversivos que los “posmodernos”, y que éstos no son menos metódicos y preocupados por la forma que los “modernos”.

Constituye una nueva forma de contar la historia de las artes visuales alejada de los esquemas históricos y estilísticos de la crítica académica del arte.

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Esta es la razón por la que Atlas nos muestra el juego al que se entregan numerosos artistas, esa “historia natural infinita” (según la expresión de Paul Klee) o ese “atlas de lo imposible” (según la expresión de Michel Foucault respecto a la erudición desconcertante de Jorge Luis Borges).

Se descubre, entonces, el sentido en el que los artistas contemporáneos son “sabios” o precursores de un género especial: recogen trozos dispersos del mundo como lo haría un niño o un trapero.

Walter Benjamin comparaba estas dos figuras con el auténtico sabio materialista. Hacen que se encuentren cosas fuera de las clasificaciones habituales, sacan de estas afinidades un género de conocimiento nuevo, que nos abre los ojos sobre aspectos del mundo inadvertidos, sobre el inconsciente mismo de nuestra visión.

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Ideas en fuga es el nombre que Aby Warburg diera a las breves notas que acompañaban a los paneles de imágenes que componían el inconcluso Atlas Mnemosyne.



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